Es verano. Hace calor. Vamos a la nevera para servirnos un vaso de agua helada y… ¡zas! Una especie de escalofrío recorre nuestra boca. Nuestro problema se llama sensibilidad dental, y es algo muy común.
El origen de esta dolencia se halla en un deterioro del esmalte, una sustancia que protege el interior de los dientes, que albergan los nervios y los vasos sanguíneos. Al quedar expuestas las zonas de debajo de la capa de esmalte como consecuencia de un adelgazamiento de ésta, los dientes se vuelven más sensibles. Esto lo notamos sobre todo cuando entran en contacto con el frío y el calor.
¿Por qué se debilita el esmalte? Normalmente se debe a la acción de ácidos y azúcares presentes en muchos alimentos y bebidas. Un cepillado demasiado brusco también puede afectar al esmalte.
La sensibilidad dental es un problema que afecta a casi la mitad de la población, por lo que conviene seguir algunos consejos para evitar molestias. Primero, cepillarse los dientes de forma suave al menos dos veces al día; si es preciso, con un dentífrico especial para dientes sensibles. En segundo lugar, combinar esta rutina con el uso de hilo dental o cepillos interdentales, además de enjuagues bucales.
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